martes, 29 de julio de 2008

Los recuerdos constructivos

Hoy me he pasado mucho rato mirando fotos. En una tarde he revivido un montón de momentos pasados, la gran mayoría de ellos preciosos y entrañables.
He recordado los últimos días antes de irme a Granada, con mi gente de aquí, y los primeros días en el sur... las primeras personas que conocí, y después los grandes momentos pasados con los que acabaron por ser mis amigos de verdad. Me he dado cuenta de que he acabado tan unida a algunos de ellos, que incluso podría decir que tengo hermanos y hermanas esparcidos por todo el mundo!

Pero realmente me he dado cuenta de que las fotos sólo reflejan los buenos momentos vividos y eso, aunque es genial, no deja de ser el reflejo de algo efímero y pasajero que no tiene más interés que el simple hecho de que sea así de fugaz. Lo que verdaderamente me ha fascinado de estos retratos ha sido el esfuerzo que hay detrás de cada uno de ellos, la enorme lucha que se da entre foto y foto, la paciencia y la constancia que permiten que la siguiente foto llegue a producirse.
Ha habido muchos momentos hermosos, y es fácil mirar con una sonrisa cariñosa a todos los que formaron parte de ellos... sin embargo, no soy capaz de mirar del mismo modo a aquellos que, a pesar de las tempestades y los momentos difíciles, supieron estar ahí. A aquellos que, a pesar de nuestras diferencias, a pesar de no estar al cien por cien dieron siempre lo mejor de ellos mismos. A estas personas, no puedo mirarlas sólo con cariño. Es amor lo que siento al recordarlas, es nostalgia, es agradecimiento... son un sinfín de emociones a flor de piel que me hacen mirar la vida de otro modo, porque me doy cuenta de que no estoy sola en el mundo sino que siempre habrá personas magníficas a la que admirar y de las que aprender. Es en este aspecto que creo que los recuerdos tienen sentido, cuando proponen un cambio de vida positivo para uno, cuando construyen y levantan, y no cuando no hacen más que destruir...

Reflexionando sobre ello, me he dado cuenta de que muchos de nosotros perdemos el tiempo recordando cosas negativas. El típico trauma de la infancia, aquella reñina con la persona a la que amamos, aquel encontronazo callejero con unos desconocidos que buscaban pelea, aquella humillación pública a la que nos condujo nuestro jefe.... un examen suspendido... etc.
Está claro que las cosas que nos pasan, sobretodo si son negativas, requieren cierto tiempo de reflexión o incluso de asimilación, en especial cuando se trata de situaciones extremadamente dramáticas como la muerte de un ser querido, una enfermedad o un accidente, por ejemplo. Sin embargo, hay veces que este tipo de recuerdos nos asaltan incluso cuando ya hace mucho que sucedieron y, verdaderamente, eso no nos hace otra cosa que daño, porque:
Qué sentido tiene recordar cuando no se puede sacar ningún provecho de ello?

Sí, ya sé que a veces uno no puede borrar de la memoria lo que ha vivido, y menos si se trata de algo que le ha impactado. Pero es que creo que precisamente el problema radica en este punto.
Muchos creen que para poder superar un suceso tienen que olvidar, tienen que procurar distraer la mente de tal manera que aquel recuerdo se diluye y nuestra mente acabe por ser incapaz de recuperarlo del archivo. Sin embargo, por experiencia sabemos que todo lo que se cubre de este modo tan covarde algún día sale a la luz y entonces, duele tanto o más como entonces.
Yo creo que la única solución para evitar que los malos recuerdos nos agríen la existencia es asimilarlos y relativizarlos. Si aceptamos que la mayoría de cosas que ocurren en nuestra vida no dependen de nosotros, si comprendemos que sólo podrán cumplirse los sueños que estén a nuestro alcance y que entren dentro "lo posible", si procuramos asumir nuestras limitaciones y nuestras carencias, quizás entonces aprendamos a desterrar de nuestras mentes todo ese material inútil y doloroso que no hace más que hacernos perder el tiempo. Quizás entonces seamos capaces de concentrar nuestra atención en los recuerdos constructivos.

Esto me recuerda a una "anécdota", un poco macabra por cierto, que se cuenta de uno de mis filósofos favoritos, el viejo estoico romano Séneca.

Se cuenta de él que un día, mientras disfrutaba de un alegre y distendido banquete con sus amigos, llegó un sirviente con una noticia terrible: su hijo había fallecido a causa de un accidente. Cuando el criado se lo comunicó, los invitados al convite enmudecieron de pesar y lograron adivinar en los ojos del viejo estoico una honda tristeza. Sin embargo, y ante el estupor de todos, al poco rato se rehizo y ordenó que la fiesta continuara. Asombrados ante tal comportamiento le preguntaron las razones que le llevaban a no suspender la celebración y dedicarse a llorar la muerte de su hijo. Hubo quien incluso llegó a indignarse ante su actitud por considerar que era poco piadosa, y hasta hubo quien llegó a preguntarle con dureza si acaso no amaba a su prole. Él permaneció un momento en silencio, reflexionando con la mirada perdida, y al instante respondió sin vacilar:
"He amado a mi hijo desde el día en que nació, le he ayudado a dar sus primeros pasos y le he educado para que pudiera enfrentarse al día de mañana con dignidad. Pero desde el día en que nació he sido consciente de que traje al mundo una criatura mortal. Hoy ha muerto, ha ocurrido pues, algo que ya sabía que podía suceder, así que para qué lamentarse por algo que ya conocía de antemano que sucedería?
No me pidáis que haga como vosotros, que reaccione ante algo así como si nadie me hubiera advertido, como si se tratara de una sorpresa. No me exijáis que viva esta vida procurando evitar pensar que la muerte es inevitable! prefiero enfrentarme a ello y eso me hace más fuerte."
Sin embargo, él mismo lloraba al pronunciar estas palabras.

Bien, por si quereis seguir aprofundiendo en este tema os recomiendo el artículo que ha publicado un amigo en su blog: wwww.lavidaescomounracimodeuvas.blogspot.com

Y por último, por si no os ha convencido la historia, os dejo con el testimonio de este hombre, Randy Pausch, creo que no me equivocaré si afirmo que os dejará sin palabras.




domingo, 27 de julio de 2008

Yo soy la necia y no tu.

Señor, perdoname porque a veces pierdo la fe.
Perdoname por pensar que la confianza no es suficiente para avanzar en este mundo, que se necesitan más armas, más escudos, más máscaras para poder vencer...
Señor, perdoname, porque a veces me alejo de ti.
Perdoname por no atreverme a amar como tu lo haces, por necesitar tanto los demás, por acabar exigiendo cariño como si se tratara de un derecho cuando en verdad es una gracia inmerecida...
Señor, perdoname por mi inmadurez... por tener miedo de la muerte como una niña asustada y no ser capaz de dar mi vida sin reservas. Por calcular cada paso que doy por miedo a caer o a equivocarme, en vez de dar gracias por ser falible y tener el privilegio de aprender de mis errores...
Te pido perdón por cada minuto que no aprovecho, por cada instante que desperdicio preocupada en tonterías.

Señor... perdoname por estar triste esta noche y no darme cuenta de lo afortunada que soy. Por no apreciar el amor de los que me rodean, por permitir que mis temores me dominen, por permitirme descansar en la melancolía, por permanecer sentada en la comodidad de mi apatía esperando que un milagro me saque de ella...


O no, Señor, mejor no me perdones... porque te pido perdón sabiendo que eres incapaz de negármelo, que me lo das sin que lo merezca...
Tu amor es tan gratuito y fácil de obtener, que me siento indigna por pedírtelo... y sin embargo tu me lo ofreces sin condiciones!

Tanto me amas, Señor? tanto? diste tu vida por mi...

...y cómo podría yo corresponderte de igual manera? cómo? si cada vez que te ofrezco mi vida soy incapaz de mantener mi promesa! cómo, Señor, si tu semilla no crece en tierra fértil sino en un pedregal?


Señor tu eres el faro que guía mi camino, a tu mano me aferro aunque no sepa hacia donde me llevas... en tus brazos me abandono aunque no pueda imaginarme nada de lo que pretendes ni entender nada de lo que me susurras al ohído!

Y esque me amas como un padre y eres el camino, la Verdad y la vida, y tu mano apacigua las tormentas...
Señor, cuanto te agradezco ser yo la necia y no tu!

domingo, 20 de julio de 2008

Tu sonrisa era la misma...


Tu sonrisa era la misma. Aquellos dientes blanquísimos continuaban destacando por encima de tu piel morena, y tus ojos, aquellos ojos profundos y oscuros seguían viendo a través de mi como siempre...
Habían pasado 4 años desde la última vez que nos vimos. 4 años huyendo de ti, de tu recuerdo, de mis sentimientos. 4 años buscándote a escondidas, intentando encontrar consuelo en la distancia. La distancia me ayudó a olvidar, o eso creía... Cuando te volví a ver en aquél bar, me pareció que no había pasado ni un solo minuto lejos de tu lado. Me acordé de todo, todo volvió a mi mente y se burló de mi. Volvió ese monte, aquellas estrellas bajo las cuales me juraste... algo imposible. Y volvió ese aire, la brisa de un verano que se va y de un frío que se acerca, las nubes que presagian tiempos tristes, el murmullo de un río que acaricia la tierra a nuestros pies...
También el canto del cuervo, el vuelo de un halcón, y la vista de un paisaje desconocido a nuestro alcance... Sentí de nuevo aquella gran mezcla de sensaciones: El olor a lejos, a libertad, a inmadurez, y el agrio malestar de algo que se acaba sin remedio, el andar despacio para acortar el tiempo, tus manos rozando las mías por error... Y las mejillas ardiendo de rubor, la tarde en llamas! las uñas que arañan la piel por tener que tragar la angustia de la impotencia y el deseo! Volvió de nuevo aquella rabia de conseguir un sueño y despertar en seguida...

Todo lo que temía regresó a mi y escuché su risa, alta y desafiante. Yo te miré a ti, mientras mi corazón palpitaba como antaño. Ante mi seguía teniendo aquel chiquillo que a pesar de todo, seguía luchando por sus sueños, que no se dejaba arrastrar por el pesimismo, que seguía teniendo fe en el futuro... de nuevo te admiré, de nuevo te amé como el primer día y sucumbí.
Sin embargo, esta vez la historia terminó de un modo distinto, porque si tu no habías cambiado yo sí. Yo ya no era la misma chiquilla, débil e inexperta, que un día sedujiste.

Por eso me levanté y te dije adiós. Lo hice con valentía, sabiendo que la herida que abría una nueva despedida no se cerraría jamás. Te miré una última vez mientras te alejabas, y sonreí con amargura pensando que no te resultaría difícil seguir haciendo tu vida, con pena o con gloria, pero sin acordarte de que un día, bajo el cielo estrellado de una noche oscura y lejana diste tu palabra a una desconocida...