sábado, 7 de junio de 2008

¡A las barricadas! con dos cojones...

Lo primero que hago cuando me levanto por la mañana es abrir la ventana de mi cuarto, y al hacerlo, hago algo muy simple a la par que fundamental: Descubro. Descubro el cielo, el día que hace, los árboles y el monasterio de la cartuja, descubro la ciudad allá al fondo, el edificio de enfrente con su multitud de ventanas y sus respectivas vidas habitándolas...
Es el mismo escenario de cada día, y sin embargo es diferente. Miro, y descubro que hay persianas que todavía no se han levantado, que hay pájaros en aquél árbol o que el aire trae sonidos distintos de la ciudad. Descubro a un compañero que abre su ventana y grita a otro desde ella, mientras otros suben por las escaleras que conectan la calle de abajo con la de arriba absortos en sus risas, comentarios en grupo, pensamientos, preocupaciones...
Todo es viejo y todo es nuevo, y esto es porque todo cambia. A menudo, los pequeños cambios no son perceptibles a simple vista, nuestros sentidos no nos dejan percibirlos porque estamos demasiado pendientes de las grandes cosas. Sin embargo, los grandes cambios no serían posibles sin los pequeños. Quizás, si prestáramos atención a esos diminutos cambios, a esas pequeñas cosas de cada día, podríamos asumir más rápido los vuelcos que da la vida.
En ocasiones, he escuchado como alguien decía la expresión "de un día para otro mi vida cambió". He estado pensando sobre ello y creo que en realidad eso no es posible. Como seres humanos que somos vivimos con miedo, y ese miedo también domina nuestra percepción de las cosas, a veces. Nos cuesta emprender grandes acciones, decidir grandes cosas, porque tememos sus consecuencias y nos aterroriza lo desconocido. Sin embargo eso ocurre porque ya de base no somos capaces de asumir los pequeños cambios, las pequeñas cosas de las que hablaba. A menudo las silenciamos, las acallamos para que no hablen más de la cuenta y las disimulamos para que nuestra vida siga siendo harmónica, "estable". Entonces llega el gran cambio que ha sido anunciado durante mucho tiempo por esas pequeñas señales y con él, llega la decepción, la angustia y el desánimo. Nos encontramos que hemos fracasado contra lo inevitable, porque aunque era obvio que era inevitable, siempre nos consoló pensar que había alternativas.
No podemos hacer eso si queremos ser felices. No podemos vivir imaginando alternativas porque la vida trae consigo un montón de cosas que no dependen de nuestra voluntad. Demasiado nos han acostumbrado a tener lo que deseamos o necesitamos, demasiado daño nos ha hecho esta mentalidad egoísta e individualista que ha fijado el ser humano en el centro y todo lo que existe a su alrededor.
Es jodido, pero es cierto. Todo el tiempo que he estado aquí, en esta ciudad increíble, he aprendido esto, que soy un ser limitado y que por tanto, es normal tener miedo, porque no siempre podré dar la talla en todas las situaciones ni podré controlar lo que ocurre en mi vida. Sin embargo, asimilar esto no me ha deprimido ni desconcertado, sino que más bien me ha liberado, porque también he entendido que la limitación implica mérito y superación, implica valentía y también implica esfuerzo por dominar mis propios miedos. Sólo cuando me cargo el temor a la espalda y me atrevo a asumir mis miedos, es cuando puedo abrir los ojos ante los pequeños cambios de los que hablaba antes, puedo aceptarlos mejor y actuar en consecuencia, entendiendo que la vida me marca un rumbo y que yo sólo puedo decidir de qué modo me dirijo hacia él, si feliz o amargada.
La vida es una lucha, así que no voy a ganarla si me quedo llorando en un rincón; Como dijo san Pablo: "quien no tenga espada que venda su manto y se compre una".