viernes, 9 de noviembre de 2007

¡Alegría, Alegría!

Hoy ha sido un día aparentemente como los demás. No era fiesta ni se celebraba nada en especial, ni tampoco era el aniversario de nadie. Sin embargo, hay pequeñas cosas que hacen que un día normal sea percibido de un modo distinto.
Había quedado con unas amigas por la tarde y como de costumbre he bajado de mi residencia en compañía de mis auriculares. Andaba por la calle escuchando música, y mientras, miraba atentamente a la gente que se cruzaba conmigo. Todos ellos tenían su historia, sus problemas, sus temores, sus sueños... y yo no sabía nada de todo ello, sin embargo sí podía percibir algo muy sutil de su vida en sus expresiones o en lo que decían al pasar, en su manera de caminar o en su manera de mirar. En el fondo, nada que pudiera darme una idea de ellos, pero en definitiva, algo que sí podía darme pie a pensar en ellos.
De repente he mirado al cielo, esa "superficie" etérea, sin forma pero sin embargo tan llena de interpretaciones humanas. En ese momento, tan azul y sin nubes me daba paz y me conducía a un estado de alegría espontánea.
Sin embargo, al margen de mi propia interpretación personal a todo ello, en un momento dado comprendí algo que estaba por encima de mi misma y de mi percepción. Me di cuenta de que el cielo y todos los fenómenos que en él tienen lugar están ahí al margen de nosotros. Al margen de nuestras interpretaciones de la vida, de nuestras formas de pensar. Están ahí y seguirán estando ahí, a pesar de nosotros.
Eso me dio qué pensar y me llenó de alegría. Me sentía alegre porque me daba cuenta de que realmente, nada en este mundo puede influir en el curso de las cosas que están por encima de nosotros. Todo, también el mal más abominable, queda reducido a un simple suceso concreto de la historia, que no tiene importancia desde lo Eterno. El mal, pues, no sobrevivirá al mundo, porque está ligado a él y sin él no puede seguir existiendo.
Me parece maravilloso comprobar nuestra fragilidad. Es una incomparable lección de humildad darse cuenta de que, en realidad, nuestra vida y nuestro mundo concreto está sujeto y está ligado a los designios del universo. Sólo somos granos de arena movidos por el viento, y aunque parezca paradójico eso debería darnos esperanza.
Porque sólo si aceptamos nuestra condición de absoluta fragilidad, podremos entender el enorme privilegio que es la vida!

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